Fuente: Extracto de Walden – Thoreau Henry David (1854)
En los grandes pueblos y ciudades donde la civilización impera, el tanto por ciento de individuos que poseen una casa es muy bajo. Todos los demás pagan por esta prenda exterior, indispensable tanto en invierno como en verano, una renta anual con la que podrían comprarse un poblado entero de tiendas indias, y de este modo se perpetúan en la pobreza el resto de sus vidas. No querría insistir sobre las desventajas del alquiler comparado con la propiedad, pero es evidente que el salvaje posee su casa porque le cuesta muy poco, mientras que el hombre civilizado alquila la suya, al menos normalmente, porque no tiene medios para comprarla, ni tampoco, a largo plazo, para alquilar una mejor.
Alguien replicará que con pagar una renta el hombre civilizado se asegura una morada que es un palacio en comparación con la del salvaje. Una renta anual que oscila entre veinticinco y cien dólares éstos son los precios en el campo- le da derecho a beneficiarse de los adelantos de siglos: habitaciones espaciosas, papel de pared y pintura, una chimenea Rumford, revoques interiores, persianas venecianas, bombas de cobre, cerrojo de resorte, amplia bodega y otras muchas cosas. Pero ¿cómo es posible que quien dice disfrutar de estas cosas no sea más que un pobre hombre civilizado, mientras que el salvaje, que no las posee, es salvajemente rico? Si se afirma que la civilización es un avance efectivo en la condición humana y yo creo que lo es, aunque sólo los sabios se aprovechan sus ventajas-, hay que demostrar que ésta ha generado mejores viviendas sin hacerlas más costosas; porque el costo de una cosa es la cantidad de vida que hay que dar a cambio de ella, de manera o durante un periodo de tiempo. En esta ciudad, una casa corriente puede costar ochocientos dólares, y acumular esta suma de dinero puede llevar entre diez y quince años de la vida de un trabajador, siempre que éste no tenga cargas familiares y estimemos el sueldo de un obrero en un dólar diario, algunos cobran un poco más y otros un poco menos. De modo que, por lo general, habrá pasado más de la mitad de su vida antes de que pueda comprarse su tienda. Si, por el contrario, decide pagar una renta, ésta será una dudosa decisión entre dos males. ¿No sería un insensato el salvaje que en estas condiciones cambiase su tienda por un palacio?