Extracto de El viajero y su sombra – Friedrich Nietzsche
A partir del inicio de la noche, vuestra sensación sobre los objetos familiares cambia. Por un lado el viento. que me rodea como por caminos prohibidos, murmurando como si buscase algo y se molestara por no encontrarlo. Por otro lado, la luz de las lámparas, con sus sucios rayos rojizos, su transparencia pálida, cansada, luchando pesadamente, de mala gana, con la noche, esclava impaciente del hombre que vela. Hay que añadir la respiración del durmiente, su ritmo inquietante, sobre el cual una inquietud siempre renaciente, siempre reinante, parece cantar su melodía; nosotros no la oímos, pero cuando el pecho del durmiente se eleva, nuestro corazón se oprime, y cuando el soplo vital disminuye, expirando casi en un silencio de muerte, nos decimos: «¡Reposa un poco, pobre espíritu torturado!» Deseamos a todo ser viviente, desde que vive en tal opresión, un descanso eterno; la noche convida a la muerte. Si los hombres prescindieran del sol y libraran a la luz de la luna o a la luz del aceite el combate contra la noche, ¡qué filosofía extendería sobre ellos sus velos! Harto vamos sabiendo ya cuán lúgubre hace la vida, la vida intelectual y moral del hombre, esta mezcla de nieblas y la falta de sol.